Immanuel Kant (1724-1804) nació en Königsberg, en Prusia Oriental, ciudad industrial y próspera que contaba en la época con unos 50.000 habitantes. Su padre, Johann-Georg, que era guarnicionero de profesión, se había casado en 1715 con Anna Regina Reuter, con la que tuvo nueve hijos, de los que Kant era el cuarto. Retrato según un grabado de la época.

En la Crítica de la razón práctica Kant se propone realizar una fundamentación del uso práctico de la razón, es decir, contestar a la pregunta ¿Qué debo hacer? Se trata de una reflexión crítica sobre los principios que orientan la acción y las condiciones de la libertad, es decir, sobre el problema ético.
El punto de partida de la crítica del uso práctico de la razón es la consideración de la moralidad humana como un hecho inequívocamente dado, del mismo modo que la ciencia lo era para la razón teórica.
En segundo lugar, Kant examina dos posibles concepciones generales de la moralidad: las éticas de la felicidad y la ética del deber. Adelantemos su significado con un ejemplo. En el primer caso, propio de las éticas de la felicidad, un estudiante de bachillerato decide que debe estudiar porque a corto plazo no quiere tener problemas con sus padres, a medio plazo quiere conocer la universidad y a largo plazo desea acabar  una carrera para tener una buena posición social. La norma moral (“debe estudiar”) está determinada por unos fines (no tener dificultades familiares, cursar estudios universitarios o alcanzar una elevada posición social) que, en última instancia, conducen a su felicidad personal.
En el segundo caso, propio de las éticas del deber, un estudiante estudia porque la obligación, el deber de un estudiante, es estudiar, sin más condiciones. La norma moral no está sometida a circunstancia alguna que la determine, por lo que el fundamento de su acción estaría en el sentido del deber.

 

Por más que la mayoría de los hombres, incluso aunque todos los hombres, actuaran de acuerdo con los supuestos de las éticas de la felicidad o éticas materiales, desde la Crítica de la razón práctica resulta imposible aceptar que estas éticas sean el fundamento de la moralidad.
Lo que tiene auténtico valor o mérito moral según Kant no son las acciones que están dirigidas por la inclinación natural e incuestionable del ser humano a la búsqueda de la felicidad, sino las que tienen como objetivo el cumplimiento preciso y costoso del sentido del deber. Tiene poco o ningún mérito moral devolver el dinero que uno se encuentra y que ha extraviado su propietario anónimo por temor a las consecuencias que tiene incumplir la ley. Pero sí lo tiene cuando se hace por acuerdo de la conciencia moral con su pura obligación de respetar los bienes ajenos, aunque el castigo de incumplir la ley jamás pudiera alcanzarte.
Es imposible, según Kant, encontrar el fundamento de la ley moral y de la libertad en las éticas materiales:

- De la ley moral, en cuanto sus imperativos hipotéticos no son leyes morales universales y necesarias, sino normas subjetivas (particulares y contingentes). Por ejemplo: “Me conviene en este caso (o conviene en general) cumplir lo acordado porque si no mi (la) credibilidad personal puede disminuir o desaparecer y eso me perjudicaría en muchos aspectos de la vida, entre otros, el trabajo”.

- De la libertad en cuanto las decisiones adoptadas por la voluntad están sometidas a un rígido determinismo causal de carácter fisiológico, psicológico, sociológico, educacional... que nos impide actuar de otro modo  y propicia el predominio natural del motivo más fuerte. Por ejemplo: “No puedo evitar discutir violentamente con mi compañera porque mi temperamento y carácter son así y me impulsan a hacerlo”.

 

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Según Kant, lo único que puede ser considerado un bien en si mismo es una buena voluntad, una voluntad cuya intención es impecable, independientemente de los contenidos concretos y las consecuencias empíricas de su acción. Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo de una buena voluntad. Kant, Fundamentación de la Metafísica de las costumbres.
Kant expone las características, lo que debe hacer una voluntad para ser considerada buena en sí misma.
Una voluntad considerada buena sin restricciones decide y actúa exclusivamente por sentido del deber.
Esto no siempre ocurre así porque la voluntad orienta su acción mediante tres tipos de normas o imperativos:

- Contrarias al deber (“Engaño a mi esposa con otras porque me apetece divertirme y sólo se vive una vez”). Propias de las éticas materiales (hedonismo).

- Conformes al deber (“No engaño a mi esposa con otras porque puede divorciarse de mi y perjudicar a mis hijos, a mi consideración social y a mi trabajo”). Éticas materiales (utilitarismo).

- Por sentido del deber (“Soy siempre fiel y leal con mi esposa porque como persona casada es mi obligación”).

En este último caso cuando se actúa por imperativos de deber, la voluntad se somete a una ley moral (universal y necesaria) no por placer o utilidad, sino por respeto a la propia ley. Según Kant, solamente estos principios tienen valor o mérito moral sin limitaciones.

 

Kant se ocupa en la Crítica de la razón práctica (1788) de la fundamentación de la moralidad o uso práctico de la razón.

En la Crítica de la razón práctica Kant mantiene que las ideas metafísicas pueden ser válidas para el uso práctico de la razón, pero no como proposiciones científicas (como las leyes físicas o los teoremas matemáticos) sino como postulados de la razón práctica.
Un postulado de la razón práctica es una proposición no comprobable científicamente pero rigurosamente necesaria para fundamentar la moralidad. Si prescindimos de los postulados, según Kant, el hecho moral carece de sentido. Los postulados o ideas metafísicas son como pilares sin los cuales se derrumbaría el edificio entero de la moralidad. Son tres:

- La libertad de la voluntad: garantía de que las acciones del hombre son moralmente evaluables por su mérito o demérito.

- La inmortalidad del alma: garantía del progreso indefinido de la virtud hasta alcanzar la perfección moral.

- La existencia de Dios: garantía única de que fuera del mundo virtud y felicidad coincidan finalmente.

 

 

HISTORIA DE LA FILOSOFÍA MODERNA

Kant: el uso práctico de la razón

 

 

 

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Las éticas de la felicidad reciben también la denominación de “éticas materiales”. Las éticas materiales describen y analizan la estructura de la felicidad humana y tienen en común los siguientes aspectos:
l Sus principios y normas (imperativos) están siempre dirigidos a la búsqueda y obtención de la felicidad como el fin último de la acción humana. La felicidad es un concepto indeterminado que sólo permite una descripción general de carácter psicológico.

- Son éticas del bien. Un bien es cualquier fin que propicia la búsqueda y obtención de la felicidad. Por tanto, hay distintos bienes o fines buenos para el hombre, que incluso pueden resultar contradictorios (p.e. el fin puede ser los bienes materiales o la renuncia completa a los mismos). Cada una de las éticas materiales determina lo que se entiende por felicidad en función del fin propuesto, a partir del cual elabora sus imperativos morales, es decir, los principios y normas del sistema moral de que se trate. El fin supremo, según los sistemas morales, puede ser el placer (hedonismo), la utilidad individual (egoísmo) o social (altruismo), los bienes materiales, como el éxito, el dinero y la fama (materialismo), el conocimiento (intelectualismo) o la salvación trascendente (cristianismo, entre otras), etc.

 - Son el “reino de la subjetividad”, puesto que a cada fin último le corresponde un nuevo código ético. Además, la naturaleza humana es proclive a la proliferación ilimitada de los fines en los que  basa su felicidad. Las éticas materiales conducen necesariamente al pluralismo ético, cuando no a una mera ética de circunstancias (hoy me interesa seguir un fin, mañana otro y pasado mañana otro contrario al primero y segundo).

- Son éticas empíricas o a posteriori. Lo que determina a la voluntad a actuar son motivos basados en la experiencia, en los contenidos y las consecuencias visibles, probadas y evaluables del placer, el interés, la riqueza, el saber o la fe...

- Son éticas heterónomas. Una voluntad heterónoma decide siempre por motivos externos, no por un acuerdo interno, exclusivamente moral, de la voluntad con su propia norma al margen e incluso en contra de tales motivos. Tales motivos externos a la norma interna de la voluntad son muy variados: de carácter fisiológico, psicológico, sociológico, educacional, religioso...

- Se basan en principios o imperativos hipotéticos. Tales imperativos no son leyes morales, no valen de forma universal y necesaria. Sólo valen de un modo condicional, como medio para alcanzar un fin, el bien concreto que se trate. Son imperativos particulares, limitados por una concepción determinada del bien. Su forma es “Debes hacer X si quieres conseguir Y” (donde “Y” es el contenido concreto del bien).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La ética kantiana es formal porque no establece lo que se debe hacer (el fin, el contenido concreto y las consecuencias de la acción), sino sólo la forma en que debemos actuar. Una voluntad para la cual lo importante no es lo que se haga (materia del acto  moral), sino que lo que se haga sea por acuerdo completo de la voluntad con su sentido interno del deber (forma de acto moral).

- Una voluntad que actúa por puro sentido del deber actúa mediante imperativos categóricos o principios morales incondicionados. La forma más general del imperativo categórico es la siguiente, “Se debe hacer X siempre”. Con palabras de Kant: Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre como principio de una ley universal. Por tanto, el imperativo categórico es único. De la forma vacía y exclusiva del imperativo categórico se siguen los múltiples ejemplos de imperativos de deber o leyes morales concretas. Los imperativos de deber, basados en la fórmula del imperativo categórico, son juicios sintéticos a priori de la moralidad. Sintéticos en cuanto hacen avanzar mi conocimiento de la moralidad en un ámbito determinado de la acción y a priori en cuanto son universales y necesarios. Es decir, no son principios subjetivos, coherentes o circunstanciales, sino rigurosamente racionales.

- Una voluntad que se prescribe a sí misma, que se da a sí misma su propia norma mediante imperativos de deber es una voluntad autónoma, por cuanto su orientación procede de su propia ley moral y no de motivos o causas externas (heteronomía de la voluntad). Otra formulación del imperativo categórico es la siguiente en palabras del autor:  Obra de tal manera que la voluntad pueda considerarse a sí misma mediante su máxima como legisladora universal.

- Una voluntad autónoma es libre. En las éticas materiales la voluntad está determinada por la causalidad natural. Actúa movida por motivos empíricos, por causas fisiológicas, psicológicas, sociológicas, educacionales... que la impulsan necesariamente a actuar en una dirección determinada. Por tanto, como cualquier otro objeto de la naturaleza está sometida al principio universal de causalidad y, por tanto, no es rigurosamente libre. Sólo puede considerarse libre a una voluntad que no actúa por motivos empíricos, sino que es capaz de actuar al margen, e incluso contra, el orden de las causas naturales y darse a sí misma su propia ley.

- Una voluntad autónoma y libre, considera a los demás hombres no como medios para conseguir un fin (éticas materiales), sino como fines en sí mismos. Los principios racionales, universales y necesarios, de la ética formal kantiana, son leyes morales válidas para todos los hombres e implican una ética de fines, puesto que sólo el hombre como ser racional es un fin en sí mismo y nunca un medio para otro. Otra formulación del imperativo categórico subraya la universalidad de la ética formal kantiana: Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin y nunca meramente como un medio.