Al finalizar en 1945 la II Guerra Mundial Ortega regresa a España de su autoexilio, según sus propias palabras, por amor a su país y a sus discípulos de la Escuela de Madrid.
En la imagen, una conocida fotografía de Ortega en una actitud entre mundana y reflexiva.

 

El objetivismo es la primera etapa en el desarrollo del pensamiento de Ortega. Está comprendida entre los años 1902-1914 y se considera terminada con la publicación de su primer libro, Meditaciones del Quijote, obra que suele considerarse como el punto de partida de la segunda etapa del pensamiento orteguiano. Se trata todavía de una etapa de formación y coincide con sus años de formación filosófica en Alemania. Como sabemos, allí estudia con los más significativos pensadores neokantianos de la Universidad de Marburgo por lo que adquirió un amplio conocimiento de la obra de Kant. La Escuela de Marburgo se caracterizó por una decidida orientación hacia las ciencia de la naturaleza y la construcción del conocimiento objetivo. Como consecuencia de esta línea de trabajo Ortega se interesó por la ciencia positiva y sus condiciones epistemológicas.
Es, por otra parte, la época en que Ortega defiende un acendrado europeísmo. El contacto con la investigación filosófica alemana hace que Ortega se plantee “el problema de España”: la situación de atraso secular de España respecto de Europa. El objetivismo como etapa del pensamiento de Ortega surge precisamente de la conciencia histórica de la distancia intelectual entre España y Europa. La solución a esta permanente disonancia es, según Ortega, el rigor y la disciplina mental que proporciona el objetivismo científico. Ahora bien, para que esta salvadora pauta intelectual echase raíces en España y la cultura española se impregnara de manera fecunda de las ideas y valores europeos, era necesario evitar las dos desviaciones en que se había caído: el individualismo y el relativismo, dominantes en las ideas y la idiosincrasia española y que se resumen en la frase de Ortega: Lo subjetivo es el error.

 

Para Ortega, por encima de la razón realista de la ciencia positiva actual o la idealista de la filosofía clásica, está la razón vital.
Es “razón” porque es logos riguroso, frente a las filosofías de la vida irracionalistas que se apartan, renuncian o rechazan la racionalidad (como la nietzscheana).
Es “vital” porque la vida es anterior a cualquier otro tipo de principio o fundamento, objetivo o subjetivo.
La razón en su autenticidad es razón vital. Esto quiere decir, concreta y taxativamente, que los conceptos fundamentales no se los saca de sí mismo el intelecto o la razón pura, sino que le vienen impuestos como necesidades vitales. O como decía ya en El tema de nuestro tiempo, de 1925, la razón pura tiene que ser localizada en la razón vital. (La razón histórica). La razón vital es la vida misma y sus dimensiones que se realiza como razón; es la vida como órgano mismo de la comprensión y la búsqueda de sentido. Sólo cuando la vida misma se convierte en razón podemos hablar de razón vital. Hay, en esta tesis, una defensa explícita del intelectualismo y de la actividad filosófica como la forma más elevada de existencia auténtica, de acuerdo por completo con el intelectualismo de la ética aristotélica. Hay que recordar que para Aristóteles la felicidad como fin último de la vida consiste en el ejercicio de la actividad propia o característica del hombre. Ahora bien, la actividad que corresponde más adecuadamente al ser humano es la intelectual. La plenitud o realización de la vida humana en su grado más alto consiste en actuar siempre conforme a la razón. Sólo una vida dirigida enteramente por la razón teórica (virtudes intelectuales o dianoéticas) y práctica (virtudes éticas) podrá perfeccionar al máximo la naturaleza humana.

 

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Mientras que las ciencias particulares tienen definido, es decir, delimitado y segmentado de antemano su objeto, la filosofía es una búsqueda de lo desconocido como tal. La filosofía es una aventura del pensamiento cuyo objeto es la realidad toda en su consideración universal. De ahí que Ortega sostenga que la filosofía consiste en el conocimiento integral del universo como enigma.
El filósofo es un ojeador de lo desconocido puesto que al iniciar su andadura ignora su objeto. La actividad filosófica consiste en el esclarecimiento o iluminación racional del sentido del universo, entendido este como lo que radicalmente no sabemos, lo que absolutamente ignoramos en su contenido positivo. Filosofar es revelar lo inexplorado del mundo en su acepción más radical; incluso es admisible sostener que el conocimiento filosófico se sustenta, como el arte, en un acto creador del pensamiento. El sentido de la caza y los toros (título de uno de sus ensayos), la idiosincrasia del pueblo andaluz (de su conocido artículo Teoría de Andalucía) o la esencia del amor (Estudios sobre el amor) sólo se aparece y nos muestra su verdad oculta cuando es desvelado por la reflexión filosófica. La aventura filosófica, cuya intención consiste en el esclarecimiento de la verdad latente de la totalidad de los seres, se compromete formalmente con el ensayo creador como género literario. La filosofía es una forma de saber con una tradición de contenidos específicos y un lenguaje propio. En cuanto a lo primero, hay que decir que el saber filosófico se contrapone al objeto y método de las ciencias naturales: mientras que la ciencia positiva se ocupa meramente de hechos, de cosificar la realidad, el ámbito de reflexión filosófico se dirige, como veremos, al mundo de la vida, de ahí que Ortega diera a su sistema filosófico el título de raciovitalismo. En cuanto a lo segundo, es preciso recordar la decisiva aportación de Ortega a la creación de un lenguaje filosófico original en lengua española.

 

En su obra Meditación de la técnica (1939) Ortega nos alerta sobre las consecuencias negativas de los avances de la ciencia y la técnica, entre otras, el desfase que existe entre el imparable avance científico-técnico y el estancado desarrollo moral e intelectual de la humanidad.

 

La historia tiene, según Ortega, una estructura precisa que consiste en el desenvolvimiento de las generaciones. Cada hombre, cuando se instala en el mundo, encuentra una circunstancia histórica conformada por un repertorio de conocimientos, creencias, ideas, usos, normas y valores de su tiempo. Esta concepción del mundo epistemológica, ideológica y axiológica o valorativa (ciencia, política, moral, religión, arte), esta visión coherente de las cosas, mantiene una cierta estabilidad y dura un tiempo determinado. Ortega matiza que tal comunidad de supuestos epistemológicos, ideológicos y axiológicos es tan envolvente y totalizadora que aunque los individuos de una generación se esfuerzan por poner de manifiesto sus diferencias, en realidad las semejanzas que los unen son más y más importantes. Son precisamente las generaciones decisivas, en terminología del autor, las que propician con sus ideas los cambios cruciales o saltos cualitativos de la historia y determinan la articulación de las épocas históricas. El denominado método de las generaciones se convierte para Ortega en el más esclarecedor instrumento de análisis histórico. A pesar de la lucidez innegable de este método y el uso deslumbrante que Ortega hizo del mismo al reflexionar en sus escritos sobre los acontecimientos políticos y culturales de su tiempo, es preciso reconocer que no tiene un significado científico sino ensayístico, por lo que es criticable y está cuestionado desde una historia entendida como ciencia social.

 

Las relaciones sociales son analizadas por la sociología comprensiva de Ortega mediante la noción sociológica de uso. Este concepto es el principal instrumento de análisis de la sociedad, aunque de nuevo se trata de una noción ensayística y no científica, y, por tanto, cuestionable desde un punto de vista teórico. Los usos es lo que se dice, se piensa o se hace. Es lo impersonal. Los usos no surgen originalmente del individuo, sino que son impuestos al individuo por la sociedad por la gente. Si no los respetamos, el entorno ejerce represalias, sanciones formales e informales. Los usos, constituyen el núcleo en torno al cual funciona la vida social y colectiva, una forma de vida con significado propio sobrepuesta al individuo. Es vida, pero sin sus características esenciales (yo, circunstancia, perspectiva), es vida impersonal, sin alma. La sociedad, la colectividad es la gran desalmada ya que es lo humano naturalizado, mecanizado y como mineralizado.

 

 

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En esta segunda etapa de su pensamiento Ortega se distancia considerablemente de las ideas de la etapa anterior. El inicio de la segunda etapa de la filosofía de Ortega se sitúa en torno a 1910 en un ensayo titulado Adán en el Paraíso. Aquí se emplea por primera vez el término vida en un sentido biográfico, individual, único: la vida es lo individual, dice Ortega. Además insiste en que todo lo que rodea al hombre es un componente esencial de lo biográfico. Por estas intuiciones iniciales, su sistema filosófico se considera como una forma de vitalismo.
Ortega define con más precisión la vida como coexistencia y afirma en este ensayo: Vida es cambio de sustancias; por tanto con-vivir, co-existir. (...) ¿Adán en el Paraíso? ¿Quién es Adán? Cualquiera y nadie particularmente: la vida. ¿Dónde está el Paraíso? ¿El paisaje del Norte o del Mediodía? No importa: es el escenario ubicuo para la tragedia inmensa del vivir. Adán es unsímbolo del yo individual y el Paraíso del mundo que le rodea.
En su primer libro completo, Meditaciones del Quijote, publicado en 1914, trece años antes que El ser y el tiempo de Heidegger, Ortega se propone de modo explícito y riguroso la construcción de un sistema filosófico mediante un acercamiento a la idea de vida como realidad radical (o en la cual radican todas las demás realidades). En las Meditaciones aparece ya formulado con rigor el concepto de circunstanciacomo expresión original del núcleo de la filosofía de Ortega. 
La circunstancia de nuevo se define como todo aquello que está en torno del hombre y le envuelve como una parte necesaria e inseparable de si mismo: las cosas, en sentido genérico y etimológico (res, asuntos) con las que coexistimos, los objetos que usamos y rechazamos, el presente inmediato y el pasado remoto, lo natural y lo cultural, lo físico y lo histórico, lo interpersonal y lo social, lo material y lo espiritual...