Se entiende por Éticas materiales un conjunto de sistemas éticos que tienen en común su interés por el contenido o materia de la acción moral.
Por tanto, la primera pregunta consistiría en saber cuál es el contenido apropiado de la acción moral. Pero el contenido de la acción moral no puede ser otro que el fin último al que todo ser humano tiende necesariamente en sus acciones: el bien o la felicidad. Las Éticas materiales son, por tanto, éticas del bien y de la felicidad.
La segunda pregunta consistiría en  saber qué es el bien o la felicidad para el hombre. Y aquí, ya no hay acuerdo entre los diversos sistemas de las Éticas materiales. Cada sistema tiene su propia concepción axiológica del bien y de la felicidad. Algunos de los más conocidos sistemas de las Éticas materiales son el Hedonismo, el Eudemonismo y el Utilitarismo.

Otros sistemas éticos, contrapuestos a los anteriores, no se interesan por la determinación del contenido o materia de la acción moral, sino por la forma de la acción moral, por el formalismo moral, independiente de cualquier contenido concreto del bien. Son las llamadas Éticas formales. Cada sistema tiene su propia concepción de la forma de la acción moral. Algunos de los más conocidos sistemas de las Éticas formales son el Formalismo ético del deber, el Formalismo ético existencialista y la Ética Comunicativa o del Discurso.

 

La Ética Comunicativa o del Discurso ha sido expuesta por Jürgen Habermas  (1929) en su obra Conciencia moral y acción comunicativa, en la que se presentan las ideas de una teoría de la verdad como consenso racional. Se trata de la pretensión utopista de construir una pragmática universal  que nos permita una comunicación intersubjetiva ideal en cuyo marco lingüístico significativo sea posible la verdad como diálogo argumental y consenso colectivo (racionalidad dialógica). El diálogo argumental, desde esta pragmática universal, es el método para establecer cooperativamente la verdad de las proposiciones. La verdad es un conjunto de razones suficientes y finalmente aceptadas sobre un tema o problema determinado... teórico o práctico.
La Ética comunicativa, además de una teoría de la verdad como consenso argumental, es también una teoría ética. Como tal, se sitúa en el lugar eidético y axiológico opuesto al existencialismo de Sartre. Supone la renuncia a la existencia como conciencia moral solitaria y a su reubicación en una comunidad de sujetos, idealmente competentes en la  comunicación y en la argumentación.
En la obra de Habermas, las normas éticas son establecidas por la razón práctica, ahora intersubjetiva, como principios universales y socialmente aceptados cuya finalidad, última, igual que ocurre en Kant, es el establecimiento de una comunidad emancipada de sujetos racionales y  libres. Tales normas consensuadas no tienen carácter definitivo ni suprahistórico. Ni son normas objetivas y permanentes de la razón humana. No se trata de una nueva versión del naturalismo ético. Aunque tampoco se trata de un formalismo absoluto o plenamente vacío en el que todo tiene cabida, como ocurre con la ética existencialista de Sartre. La construcción efectiva de tales normas y principios tiene como marco de referencia inicial -el cual tampoco se da en Sartre- la radical historicidad del ser humano, desde cuya formalidad no metafísica ni abstracta, sino histórica, deben ser pensadas y formuladas.

 

 

El Utilitarismo, como el Hedonismo, identifica la felicidad con el placer, pero la diferencia está en que los utilitaristas no identifican la felicidad con el placer individual, sino con el placer colectivo. Es, por tanto, un hedonismo social. Parte del supuesto de que los sentimientos sociales más fuertes, como la simpatía y la compasión, nos hacen ser felices con la felicidad de los demás e infelices con su sufrimiento. No puedo ser feliz rodeado de personas desdichadas y es difícil ser desdichado compartiendo la vida con personas felices.
Jeremy Bentham (1748-1832) considera que la naturaleza nos ha dado dos criterios éticos universales e infalibles, el placer y el dolor. De su dictamen preciso siempre es posible conocer lo que es y no es bueno. Nuestra conducta debe regirse por el principio de utilidad o interés, de tal manera que la felicidad consistirá en maximizar el placer y minimizar el dolor.
La consecución del principio conlleva la aplicación continuada en la acción de la aritmética de los placeres: en cada acción debemos calcular la cantidad de placer y de dolor que nos proporcionará; de la diferencia positiva o negativa entre ambos concluiremos la utilidad o inutilidad de la acción. Pero como el hombre vive en sociedad el cálculo del interés y la aritmética de los placeres debe hacerse en relación con la utilidad colectiva.
De aquí, la formulación explícita del principio utilitarista por excelencia: una acción es buena cuando produce la mayor felicidad para el mayor número. Por esto los intereses intelectuales de Bentham se inclinaron sobre todo hacia los problemas políticos, jurídicos y socioeconómicos. La concepción ético-política de la democracia actual, el Estado Social y Democrático de Derecho, se basa genéricamente en los principios filosóficos del utilitarismo, en concreto, la función del juego de las mayorías en la construcción del bien común.

 

Los eudemonistas consideran que la felicidad (eudaimonía) es el fin último de las acciones humanas, puesto que mientras es posible preguntar por la finalidad de cualquier acción, no tiene sentido preguntar por el fin de la felicidad. En realidad, el placer no sería toda la felicidad sino un elemento de aquella. Por otra parte, como sabemos, no hay un acuerdo unánime sobre su contenido. Algunos piensan que consiste en el placer, otros en la riqueza; éstos en el éxito social, aquellos en los honores y la fama... ¿En qué consiste entonces la felicidad?
Para Aristóteles (384-322 a. de C.) la felicidad debe ser entendida como autorrealización. Todo lo que existe tiende a un fin determinado en el cual cumple con su naturaleza y se perfecciona (teleologismo). El hombre será feliz en la medida en que cumpla con los fines que le son propios.  Ahora bien, los fines propios de la naturaleza humana no son los vitales, ni los sensitivos, ni los apetitivos, sin que estos en sí mismos sean contrarios a la misma. El fin propio y único del hombre, que no comparte con los demás seres, es la capacidad de actuar conforme a la razón. La actividad más perfecta del hombre, aquella en que consiste la felicidad, es la actividad racional o contemplativa. 
Pero el hombre no es sólo razón. Las actividades relacionadas con la vida, con los sentidos, con las tendencias instintivas son buenas en sí mismas, puesto que también el cuerpo es parte constitutiva del hombre, pero tales actividades debe ser orientadas y dirigidas por el recto uso de la razón, parte del hombre que, además de ser constitutiva, es parte diferencial de su naturaleza. La actividad que consiste en obrar conforme al uso de la razón  organiza la conducta como un sistema de modos constantes de obrar o hábitos racionales. Tales hábitos dan lugar, según su contenido, a dos grandes clases de virtudes que  perfeccionan la naturaleza humana: virtudes intelectuales (dianoéticas) o virtudes de los hábitos racionales en sí mismos y virtudes éticas o virtudes de los hábitos racionales en su proyección externa, en la vida vegetativa, sensitiva y apetitiva.
Las virtudes éticas consisten en la capacidad (éxis) entendida como hábito de escoger siempre el justo medio (mesotés) que conviene a nuestra persona y según nos dicta la razón. Ese justo medio racional o virtuoso excluye siempre dos extremos, uno por exceso y otro por defecto.

 

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Los eudemonistas consideran que la felicidad (eudaimonía) es el fin último de las acciones humanas, puesto que mientras es posible preguntar por la finalidad de cualquier acción, no tiene sentido preguntar por el fin de la felicidad. En realidad, el placer no sería toda la felicidad sino un elemento de aquella. Por otra parte, como sabemos, no hay un acuerdo unánime sobre su contenido. Algunos piensan que consiste en la sabiduría, otros en la riqueza; éstos en el éxito social, aquellos en los honores y la fama... ¿En qué consiste pues la felicidad? En cierto modo, el eudemonismo es también una ética formal puesto que en la forma general, vacía, de la felicidad caben cualquier tipo de contenidos positivos o negativos de la acción moral.

 

Según Jean Paul-Sartre (1905-1980), el hombre es constitutivamente un ser libre. La conocida frase la existencia precede a la esencia significa que no hay ningún elemento identificador, ninguna propiedad definitoria que nos permita comprender qué es la naturaleza humana.
La antropología filosófica se enfrenta sin solución posible con la originalidad e irreductibilidad de la subjetividad. El hombre es meramente un proyecto subjetivo abierto, una existencia por hacer, sin que podamos avanzar un paso más en los atributos del hombre. El yo, la subjetividad absoluta es anterior a cualquier acto concreto de la voluntad, sea esta individual, subjetiva o universal. Esas determinaciones son posteriores y ya forman parte de un proyecto inevitablemente en curso.
La existencia del hombre es pura indeterminación, nadificación, sin nada que le oriente. Es una libertad puramente formal, no determinada por valores, fines o intenciones previas; en la que todo cabe como proyecto ético irrenunciable: estamos condenados a ser libres. No podemos no elegir nuestro proyecto. Aunque decidamos que otros, las normas sociales, los sabios, los preceptos religiosos, elijan por nosotros, estamos ya eligiendo un modo o proyecto de existencia.
Ese elegir ilusorio el no ser nosotros mismos es lo que Sartre llama la mala fe. La mala fe consiste en el vano intento de eludir la angustia de decidir por nosotros mismos, lo cual tenemos que hacer en cualquier caso. Lo contrario de la mala fe como proyecto inicial, es la autenticidad que consiste simplemente en asumir como autoconciencia la carga insoslayable de nuestra libertad.
A partir de la condena original que supone la libertad vacía, sin referencia ontológica (el mundo como tal es facticidad y opacidad impenetrable), ideológica (incluida la idea de Dios) o axiológica (valores éticos), la existencia, una formalidad vacía, intenta construir su esencia como proyecto individual sin que en ningún caso podamos renunciar a ese quehacer anonadante y angustioso que es crear y asumir nuestros valores y normas morales.

 

 

Filosofia moral de kant from MartaEspinosa

GRUPO RENÉ DESCRATES, ÉTICA Y MORAL

 

El placer y el dolor son, según Benthan, los dos grandes maestros de la humanidad. Por eso las emociones, como el miedo, nos ponen a menudo sobre aviso de lo que hemos de hacer o evitar.
La Unión Europea debiera ser el germen esperanzador de un futuro proyecto multicultural, argumentativo, cooperativo y basado en el consenso, de acuerdo con los principios racionalistas y universalistas de la Ética Comunicativa o del Discurso. ¿Vamos por el buen camino?

 

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. El formalismo ético más importante y más influyente ha sido el de Immanuel Kant (1724-1804). Lo característico, de las Éticas materiales lo constituyen los siguientes aspectos:
- El contenido de la norma, de un modo u otro, procede de la felicidad.
- La voluntad se determina empíricamente según el diferente contenido que atribuimos a la felicidad.
- La acción se orienta siempre por normas o imperativos subjetivos.
- La forma de las normas o imperativos subjetivos es siempre hipotética: “Debes hacer X, si quieres conseguir Y”. Siendo Y el contenido empírico o subjetivo de la felicidad.
- La voluntad actúa siempre movida por motivos externos a la conciencia moral o razón práctica, es heterónoma. Lo que ofrece son máximas de carácter individual o, como mucho, imperativos hipotéticos particulares, relacionadas con una determinada elección del bien o de la felicidad. Por ejemplo: “Debes estudiar si quieres ir de vacaciones a Marbella”...

En consecuencia, las éticas materiales no son capaces de ofrecer imperativos o normas universales, leyes morales de la razón práctica, análogas a las leyes físicas de la razón teórica. Ahora bien, una ética estrictamente racional, que se oriente por leyes morales, nunca puede ser material, sino formal.
El punto de partida de la ética formal kantiana es su definición de lo bueno. Con rigor, lo único que puede ser considerado como bueno sin limitaciones, dentro y fuera del mundo, no es el contenido concreto de la felicidad, sea cual fuere, sino una voluntad buena en sí misma, su intención formal independiente del contenido material de sus acciones.

¿Cuándo una voluntad es intencionalmente “buena”? La voluntad puede actuar de tres formas:

- Contrariamente a lo que considera su obligación o deber.

- De acuerdo o conforme a su deber desde su determinación empírica.

- Por puro sentido del deber.

Una voluntad es buena cuando actúa, sea el contenido de la acción que sea, por puro sentido del deber. Son buenas o moralmente valiosas aquellas acciones que se realizan por acuerdo completo de la voluntad con su norma y no por otros fines extrínsecos o ajenos.
Una voluntad que actúa así es autónoma, puesto que su norma procede siempre de su propia consideración racional, del dictamen interno de la razón práctica. Y en esa medida es libre, puesto que su decisión no está sujeta a ningún tipo de limitación o condicionamiento previo. Una voluntad así, que actúa exclusivamente por puro sentido del deber, se orienta por imperativos o normas universales, es decir, válidas para todo ser racional; por imperativos categóricos o leyes morales. La forma general del imperativo categórico es la siguiente: “Se debe hacer X siempre”.  Un estudiante tiene que estudiar porque es su obligación, sin más, no por otros fines...